Devenir inmortal y después morir
Caterina Almirall propone concebir el museo como espacio de negociación entre la vida y la muerte, y lo hace partiendo de las teorías que los filósofos rusos llamados cosmistas desplegaron a finales del siglo xix y de su proyecto utópico de una humanidad inmortal que, gracias a la tecnología, podría incluso resucitar a todos los ancestros. Para solucionar la sobrepoblación que implicaría la resurrección de todos los antepasados, la carrera espacial les facilitaría la tecnología para conquistar el cosmos y enviar a los resucitados a otros planetas que devendrían, de ese modo, museos. Según Fedorov, uno de los principales teóricos del cosmismo, el museo sería la única tecnología disponible que ejercería una afectación hacia el pasado y hacia el futuro en términos no progresivos, “una tecnología para lograr que las cosas perduren, devengan inmortales”. El museo, tal y como lo entiende Fedorov, funciona como un mecanismo para ganar al tiempo. Estas ideas apuntan a la radicalidad de un tiempo siempre presente, en el que no cabe la imitación, la copia, la reproducción ni la regeneración, y señalan el valor único de todo aquello que se guarda en el museo. La disyuntiva entre vida y muerte, entre preservar y vivir, entre guardar y perder, y la negociación entre pasado, presente y futuro, es el nudo que articula este proyecto. Así, la práctica artística plantea una posible voluntad de permanencia, un diálogo entre temporalidades, o, dicho de otro modo, una manera de “hablar con los muertos”.
Exposición: Samuel Beckett, Mariana Castillo Deball, Carlos Fernández-Pello, Lara Fluxà, Marc Larré, Daniel Moreno Roldán, Jorge Satorre, con la colaboración del Museu d’Arqueologia de Barcelona.
Performance: Ariadna Guiteras, Theoria (Beatriz Regueira, María González y Dasha Lavrennikov).
Actividades: Ariella Azoulay, María Iñigo Clavo, Patricio Guzmán, Roc Herms, Alain Resnais y Chris Marker, Anton Vidokle.
Publicación: Lúa Coderch, Catalina Lozano, Anton Vidokle.