Gustavo Marrone - Jaume Parera

Gustavo Marrone, Sense títol, 1994

Gustavo Marrone - Jaume Parera

Gustavo Marrone, Sense títol, 1994

Gustavo Marrone - Jaume Parera

Gustavo Marrone, Sense títol, 1994

Gustavo Marrone, Sense títol, 1994

Gustavo Marrone, Sense títol, 1994

Gustavo Marrone - Jaume Parera

Jaume Parera, Sense títol, 1994

Gustavo Marrone, Sense títol, 1994

Gustavo Marrone - Jaume Parera

Jaume Parera, Sense títol, 1994

Gustavo Marrone - Jaume Parera

Gustavo Marrone, Sense títol, 1994

Jaume Parera, Sense títol, 1994

Gustavo Marrone - Jaume Parera

Gustavo Marrone - Jaume Parera

Gustavo Marrone, Jaume Parera

Gustavo Marrone - Jaume Parera

Del 27 de enero al 27 de febrero de 1994. Ciclo La Cambra Daurada. Comisario: Manel Clot

En vista de algunos acontecimientos manifestados en la escena artística de forma bastante ostentosa en estos últimos años y que han llevado a cuestionar notablemente no sólo la obsesiva dedicación de algunos artistas al aparato únicamente formal de la práctica artística sino que también nos han empujado a cuestionar la misma esencia y configuración de las artes en la sociedad contemporánea, sus medios y sus fines, casi podríamos colegir que la actividad creadora que nos interesa esencialmente y la que hace circular los mecanismos evolutivos genéricos de una manera efectivamente dinámica es una cuestión que se presenta y que tal vez sólo así se presentará profundamente vinculada con los dispositivos que ya en anteriores ocasiones hemos llamado como los de la esfera de la subjetividad, entendiendo por ello todos aquellos dominios que hacen que el ser humano sea considerado como tal en la parcela del arte y que ponga de manifiesto los procesos creativo si la propia existencia no deben ser tan denotativo para caer en aspectos de carácter meramente autobiográfico pero sí lo suficientemente potentes y reales para darse cuenta de que, efectivamente, son dos elementos inseparables y necesariamente interdependientes, inmersos en unos procesos de interafectación continua que hacen que ambas cuestiones se nutran la una a la otra de una forma visiblemente encadenada.

Dentro de los diversos procesos convulsivos que la escena artística actual ha experimentado de manera capital en el último decenio, y junto con esta recuperación de los dispositivos más elementales de la privacidad aplicada a la creación, algunos de los baches más significativos se han fundamentado en el intento de disolución de las fronteras de las disciplinas artísticas o, al menos, en el cuestionamiento de su misma esencia y en el traslado de sus recursos específicos hacia terrenos más o menos nuevos o, al menos, hacia áreas tradicionalmente decantadas los grandes sistemas establecidos: el ámbito desde el que más ha convulsionado el concepto general de las artes ha sido, sin duda, el de la tridimensionalidad, con Emblemas (las imágenes cerradas y el cielo sobre la tierra) unas recalificaciones y unas restituciones de indudable trascendencia histórica, y los efectos de las cuales comienzan a experimentar de manera completamente innegable su estos últimos tiempos . Por contagio, y lógicamente, la investigación llevada a cabo en otros sectores de las artes actuales también ha propiciado cambios de lugar y de evoluciones de los conceptos.

Como es el caso de la pintura: por proyección y contagio, el trabajo realizado en este ámbito concreto ha supuesto también una adaptación de otros conceptos vinculados o dependientes directamente de él, como los de representación, la idea de la autoría, el trabajo de la imagen, la importancia del apoyo o de la noción de especificidad. Desde esta óptica compleja y cambiante, convulsa y evolucionada, la obra de Gustavo Marrone y de Jaume Parera, cada uno desde presupuestos muy diferentes y desde mediados también opuestos, acaba por llegar a conclusiones muy similares, situados ambos artistas en un ámbito especulativo muy emocionante y estimulante y referido exclusivamente, además, la práctica de la pintura como un fenómeno artístico dotado de indudable especificidad -aunque sea para poder rebatirla y profundamente vinculado con los avatares de la propia existencia y de la propia situación del artista en estas finales de siglo.

La pintura de Gustavo Marrone nos muestra una idea cerrada de la representación construida a partir de unas ciertas dosis de ironía pero con la convicción de presentar un repertorio de imágenes conectadas entre sí como en una cadena y fundamentadas en una recurrencia lingüística muy importante , ya partir de suposiciones de índole notablemente subjetiva. En esta serie de imágenes cerradas, por medio de la metáfora, de la alegoría y de la alusión, la voluntad expresiva se manifiesta como un universo potente y clarificado que se traduce en un cuadro simbólico en el que cada elemento funciona a partir de unas instancias significantes elaboradas por el artista, más allá de las obvias significaciones que en algunos casos pueden parecer incluso excesivas, pero que de vez evidentes acaban por dar la vuelta entera. Como en el discurso del analista, en esta obra está presente una idea central que podríamos calificado como el de perpetuo retorno, es decir, que cada imagen, a parte de su potencial significante, elabora una parte del discurso de tal manera que siempre termina por reaparecer de una forma muy similar, con los mismos valores y con una apariencia bastante parecida, como si se mantuvieran las estructuras morfológicas adaptándose a las cambiantes estructuras sintácticas. La obra de Gustavo Marrone más que la obra, un discurso que habla de la condición humana tal vez incluso de su pero sin el tremendismo grandilocuente los autobiografía o de los predicadores: acontece en este sentido, una obra que habla los estadios en virtud de los cuales el hombre se puede situar en el mundo, a partir de un uso de la pintura en su aspecto más mostrados aunque menos narrativo y pensando tal vez que es un instrumento la importancia indudable radica precisamente en su notoria accesibilidad hermenéutica. Su trabajo, basado en la contundencia de una serie de imágenes que acaban por resultar bastante cercanas en virtud precisamente de su procedencia, se sitúa en el orden de la especulación de la subjetividad: imágenes cerradas, hermetismo, desdoblamiento, presencia del cuerpo, dispositivos visuales todos ellos indudablemente emparentados con una concepción del arte que va más allá de la mera situación visual o de una simple especulación formal.

La obra de Jaume Parera, a su vez, situada todavía en unos estadios algo incipientes en cuanto a sus procesos de investigación apenas encendidos, supone una incursión muy potente en el terreno de la pintura entendida desde su des-materialización formal o desde su re-materialización funcional: cuestionarse cuál es la esencia última de la pintura, cuáles son sus medios y objetivos más o menos tradicionales, cuáles sus recursos definitorios y cómo éstos se vinculan necesariamente con los mismos estadios de la persona, del artista con su trayectoria y con su memoria.

Podríamos tal vez pensar, a la vista de su trabajo, en una desviación imparable hacia la tridimensionalidad desde parámetros más o menos pictóricos y más o menos conocidos. La evidencia es innegable, pero esta es una obra que sigue siendo fiel a sus principios: una investigación seria y una búsqueda incansable para ir a encontrar la morfología y la sintaxis de una disciplina que como la pintura se ha basado tradicionalmente en el discurso de la representación y que así está instalada en nuestra memoria. Pero hay que decir que en este dicho proceso alternado de des-materialización formal y de re-materialización funcional, los elementos tradicionalmente presentes en la pintura todavía están, aunque lógicamente reconsiderados y presentados de una manera bastante diferente por eso nos encontramos aún ante una investigación esencialmente pictórica, al igual que sus contenidos representacionales más importantes: la obra de Jaume Parera entiende principalmente desde los mecanismos que activan la memoria, la simbología privada de los colores, la ordenación personal de las formas y los volúmenes, y la idea casi obsesiva de la presencia el pasado y del presente en su trabajo su propia historia como sujeto creador, sus vicisitudes como artista, como si el tiempo fuera un factor más a la hora de pensar en el construcción de cada obra y como si el orden de las cosas, los acontecimientos, los sucesos, fuera efectivamente el elemento principal que rige el mundo, lo que da sentido y lo que construye el discurso, como si el transcurso del tiempo, en suma, fuera el equivalente de la misma historia.

Desde soluciones formales bastante diferentes y partiendo de presupuestos también claramente diferenciales, tanto Gustavo Marrone como Jaume Parera nos muestran ambos una obra que participa, sin embargo, de la voluntad de seguir trabajando en los dominios estrictos de la pintura, que cuestiona su funcionalidad habitual, que habla de los elementos de la representación, que cambia la percepción tradicional, que supone un vertido de los dispositivos de la memoria, que habla de la eficacia comunicativa, que se sitúa en la categoría de los emblemas y los iconos, que suscita la reflexión en el espectador, que no requiere una mirada indiferente o impasible sino esencialmente cómplice y partícipe, que hace del tiempo un discurso personal cuya esencia, a pesar de todo, hay que ir a buscarla en los lugares de la privacidad del sujeto y en sus necesarios dispositivos representacionales. En este punto, una vez más, nos damos cuenta de cuál es el elemento en el que radica la importancia de los lenguajes del arte y en el que estos se fundamentan para hacerlo nos imprescindibles.