De l'espai
De l'espai
De l'espai
De l'espai
De l'espai
Joan Datzira

De l'espai

Del 3 de diciembre de 1997 al 4 de enero de 1998. Ciclo De l'Espai i la Persona. Comisario: Frederic Montornés

Conoció Joan a través de Tere; aunque antes ya había visto algunas imágenes suyas reproducidas en el catálogo de una exposición colectiva. Tres fotografías, concretamente, y las tres del interior de un espacio diferente de la cocina y de la sala de una casa-probablemente de la suya- y de la nave central de una capilla. Nada que ver entre las tres. Si no fuera porque el punto de vista desde el que se habían realizado se encontraba situado en un lugar poco habitual. Pero no fue hasta el verano pasado cuando se vieron por primera vez. Ambos. En la terraza de un restaurante, hace tres meses. Y hasta entonces nunca se habían visto, en ese momento se estaban esperando ... bajo un sol de justicia ... cuando se empezaron a hablar. A pesar de que ninguno de ellos sabía exactamente que era lo que quería el uno del otro. Quizás porque no querían nada. Quizás porque tampoco esperaban nada. Por lo menos, se estaban encontrando: uno con la voluntad de conocer la obra de Juan, y el otro, con el ánimo de descubrir por qué se estaban interesante para él; mejor dicho, porque se estaban interesante para las fotografías que había hecho. Y fue al pasar estos primeros momentos de incertidumbre -en el que las palabras corren el peligro de evaporarse se- que continuaron su conversación.

Cuando se vieron en aquella ocasión Juan le enseñó alguna de sus obras: diferentes fotografías de unos espacios interiores y huecos. Solos. Sin nadie Pero de unos espacios interiores; porque allí donde no existe la obligación de una presencia humana no se puede hablar de lo que es el vacío en el sentido más estricto (o es que podemos decir que un desierto es vacío?). De unos sitios que expresaban en su silencio el murmullo de una vida que había sido, que podía ser, que ya no era o que podía volver. Porque se trataba de alguno de aquellos lugares donde cualquier persona, la vida, podía reaparecer en cualquier momento. O apareció por primera vez. Con el fin de volver a utilizar todos aquellos elementos que lo constituían en escenarios. De nuestra vida cotidiana. Y, en consecuencia, sentarse en las sillas que se podían observar, mirar a través de sus ventanas, abrir cualquiera de las puertas cerradas, transitar por algunos de sus pasillos, dejar algo encima de una mesa ... En definitiva , vivir en el interior de cualquiera de estos espacios ... de silencio, en silencio, o por el silencio. Porque no había nadie que los recordara su ruido. Y fue en verlas ante sí cuando experimentó lo que ya había olvidado: la fase intermedia de aquellos ejercicios de relajación que había hecho durante varios años. Pero pensó que fuera mejor dejarlo correr. Durante un momento o para siempre.

Porque lo que lo sorprendió más fueron los puntos de vista de aquellas imágenes. Una vez más. El lugar desde el que se habían realizado. Porque no era ninguno de aquellos lugares donde se puede acceder con una facilidad absoluta. Ni tampoco ninguno de aquellos lugares donde uno se encuentra si no es para cumplir una función, muy determinada. Por ejemplo, vigilar: la vigilancia. La mirada de alguien que nos observa y nos ve; que espera (porque esperar es la acción más propia de la mirada). Es esta la sensación que le transmitieron las fotografías de Juan: las fotografías en picado de unos espacios interiores miradas por un ojo que no se correspondía con el de nadie. De ninguno de nosotros. Quizás porque sólo se trataba del ojo de una máquina (<< de un ojo matemático-geométrico de la línea >>, le dijo más tarde). Mirando y mostrando el interior de estos sitios en la desnudez más pura. Y desde una hipotética tercera posición. Es decir, desde arriba; o sea, ni desde fuera ni desde dentro, sino desde lo que suele esconderse aquel que nos vigilada Aquel que nos mira esperando que en algún momento nos pase algo. Si es que nos pensamos -o creemos- que siempre hay alguien que nos está observando ... mientras actuamos libremente en el teatro del mundo. De nuestro. Y en cualquiera de sus escenarios: bien sea allí donde nos encontramos y / o reunimos (las personas): conocidos como los lugares del movimiento; en los espacios de una puesta en escena o de una acción, como mínimo, virtual; en los espacios que nos identifican cada uno de sus habitantes (el interior de nuestras casas, las tiendas donde vamos a comprar, los centros de meditación donde vamos, si queremos), o bien en los espacios del viajero, del sujeto individualizado (los no lugares): los espacios de tránsito o de las ocupaciones provisionales. Los espacios constituidos para satisfacer las finalidades del viajero y de la relación que, en esta acción de viajar, el sujeto mantiene con cada uno de los espacios. De aquellos espacios donde lo que se vive no es otra cosa que la experiencia de la soledad. De aquella soledad que suele asolar cuando nos sentimos observados por alguien que no vemos. Porque no sabemos dónde está ni, en consecuencia, de quien se trata. Y paralelamente a los picados de estas imágenes, otras fotografías en contrapicado. Precipitando nuestra mirada, mientras espera, al vacío: del techo de un aquellos espacios donde respira el vacío. Y vivo.

Es así como todos aquellos lugares le quedaron grabados en la memoria. O el recuerdo de cada uno de aquellos espacios tras el encuentro que mantuvieron. Y como si fueran los enquadernaments de una película secreta, se le fueron repitiendo a medida que pasaba el tiempo. Porque en verlas de la misma manera como en Juan le había enseñado en las imágenes de aquellos espacios se congelaba una acción. Entre un antes y un después. Entre lo que es dentro o de lo que está fuera. Lo que Juan ya había hecho -porque es así como lo había vivido- en dejar el rastro de su cuerpo sobre la superficie de las opiniones. De una habitación; de una sala de exposición. Si bien en esta ocasión se limitara a enseñarnos cómo era el espacio. Sin él. El lugar. Sin nadie. Porque es en cada uno de todos estos lugares donde transcurre su vida. Casi como la de todos.

Y cuál debería ser el interés de mostrar sus interiores en los límites de una sala grande que a la vez sería vacía?

Y fue con la reverberación de esta pregunta en la cabeza como se fueron encontrando las otras veces. Tanto Joan como él mismo. Porque tenían que llegar a imaginarse cuál era el peso de la soledad. Porque es al encontrarse en el interior de un espacio vacío, casi inanimado, cuando nuestra soledad adquiere la mayor virulencia. Cuando no hay nadie que nos ayude a comprender que en el fondo no estamos tan solos. Y así como empezaron a distinguir las diferentes imágenes: los lugares; los diferentes espacios interiores y huecos. Soles y, por tanto, sin nadie. Con el fin de llegar a confrontarnos con el sentido de nuestras acciones. Quizá también de nuestros actos más instintivos. De aquellos que suelen dirigirse por los caminos, de nuestra penumbra. De la vida. Si es que se puede decir que tienen alguno. O que, en el fondo, siempre tienen sentido.