Dos piezas juntas
En la propuesta de la sala central de La Capella, Luis Bisbe dibujó, a través de un denso entramado de tensores que cruzaban todo el espacio, la imagen tridimensional de un gran trampolín. La instalación sitúa la representación como una aparición en el espacio, a través de los datos que, en su abstracción, la definen dinámicamente. La percepción del objeto así dibujado se vuelve ilusoria, como sacada de un imaginario transparente. El trampolín espera al saltador al final de una larga escalera que ubica el objeto translúcido a dos metros del suelo colocando al público a la altura de un hipotético, imaginado nadador que flota sobre la superficie de una piscina invisible. La Capella se transmuta así en un gran contenedor de agua. La imagen subliminar de la gran piscina ocupando, sustituyendo, el espacio de La Capella hace que el trampolín (con su escalera esperando que alguien ascienda a él y se lance) adquiera un sentido abierto y evocativo al transformar el espacio del rito en un espacio profundo, penetrable, acuático y transparente. Los códigos que Bisbe utiliza para representar aluden más a estrategias postminimalistas o de distanciamiento con la subjetividad que desprenden los objetos. Se limita a nombrarlos. Pero en este distanciarse, en este anhelo de objetividad, de neutralidad semántica, crea un vacío que permite al objeto poner en juego, por su sola presencia, toda la carga evocativa que la mecánica lingüística del cambio del contexto desarrolla implacablemente. Así, el trampolín de Bisbe aparece en el espacio como una metonimia. O como una palabra que en su eco se transforma a pesar de ella. Aunque el trampolín se dibuja en estricta escala 1:1 al fondo de la sala, la instalación ocupa todo el ámbito de La Capella. Las líneas de tensión que las aristas del objeto extienden sobre el espacio se materializan en los finos cables metálicos que atraviesan la sala a lo largo y a lo ancho, en una ocupación casi invisible. El proyectos de Bisbe, Dos piezas juntas, tenía el contrapunto de la proyección de la foto de un fragmento de una de las paredes sobre el mismo espacio fotografiado. La pieza abunda, esta vez irónicamente, sobre la ilusión o la imposibilidad de la representación, creando un equívoco entre el objeto y su imagen. O un bucle entre lo representado y su representación. Bisbe devuelve al paisaje del muro la mirada robada, en una restitución casi ecológica de la imagen. Desde el punto de vista representacional, la pieza dialoga con el trampolín desde la misma voluntad de objetivación y distanciamiento, esta vez interrongándonos desde la doble duda sustancial en el arte, la cualidad de lo real y la utopía de la mimesis.
Luisa Ortínez