En el temps
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Tonet Amorós

En el temps

Del 10 diciembre de 1997 al 23 de junio de 1998. Ciclo De l'Espai i la Persona. Comisario: Frederic Montornés

Al haber establecido cuáles serían los siete artistas, se dio cuenta que faltaba algún elemento. En el ciclo de exposiciones. El elemento que determinara el ritmo que seguiría el discurso de su trayectoria.

Había concebido del espacio y la persona porque consideraba que era alrededor de estos dos conceptos que giraba una buena parte del trabajo de los artistas. De aquellos artistas que había visitado pero también de algunos de aquellos otros que ya conocía desde hacía algún tiempo. Y fue a partir de estas dos ideas como se propuso plantear un itinerario. Un itinerario de ficción, como dijo en el texto de presentación del ciclo.

La propuesta era muy sencilla: en lugar de teorizar sobre estas dos ideas (ya la forma en que se hacía en ese tipo de textos que él se veía incapaz de escribir), lo que pretendía era poder aproximarse a través de algunas de aquellas cuestiones que pudieran evocar, sugerir, insinuar o proponer. Aquellos dos conceptos (o aquellas dos ideas). Y a través de una experiencia que fuera personal. Directa. Como las obras que realizaban cada uno de aquellos siete artistas a partir de los cuales se describiría el itinerario.

Si bien desde el principio dio un título en las cuatro exposiciones, lo que le seducía más de su propuesta era la posibilidad de calibrar el diálogo que fluyera entre -o con- las obras de los siete artistas, sus creadores, los demás implicados y el público. O entre aquellos que participaran de alguna manera en las actividades que se difundieran en el transcurso del ciclo. Es decir, con la voz que pudiera brotar de aquellos que experimentaran la densidad de esos dos conceptos. Si es que de verdad -o en el fondo- tenían alguna. Aquellos dos conceptos-. Si es que de verdad -o en el fondo- tenían alguna. Aquellos dos conceptos (o aquellas dos ideas), y de alguna manera muy particular. De manera que los títulos que les otorgó no eran sino unos puntos de referencia. Es decir, las exposiciones. Aquellas que la impulsarían a continuar el itinerario de su aventura. De aquella aventura que se dirigía hacia un universo inexplorado. Porque si se quiere ir hacia alguna parte se ha de partir de cualquier lugar. O de cualquier excusa. De algo de donde se pueda huir partir.

Y aquel elemento que debía determinar cuál sería el transcurso que seguiría el ciclo no podía ser sino el tiempo: el elemento que debía considerarse el fin de poder medir cómo era el espacio. Y transitar el. O para que la persona pudiera existir. Y conocerla. Para que quedara alguna constancia de aquella experiencia que debía sentir. De aquella experiencia que, por su parte, acabaría convirtiéndose en otro recuerdo. Algún día. O no.

Y no fue hasta que pudo ver la última obra que hacía Tonet Amorós que se decidió proponerle a participar. En ese ciclo de exposiciones. En el itinerario de ficción. Aunque, al menos, de otro modo: desde el principio y hasta el final del ciclo. Es decir, desde la primera exposición hasta la última. Para que se preservara al máximo el ritmo que determinaban sus visiones de revolución. El título que quería dar a aquella serie de fotografías que empezaba a hacer. Entonces.

Continuando con el interés del artista a equiparar sus obras con las diferentes fases de una evolución (y en que cualquiera de los elementos que la componen es un instrumento que adquiere una forma en virtud de una experiencia modificable), los visiones de revolución de Tonet Amorós no se podían distanciarse de aquel principio que guiaba el artista. Porque significaban otra pasa. O porque eran un paso más en la evolución de su obra. Aunque también lo podían significar respecto de las circunstancias de donde debían surgir. Es decir, respecto de las exposiciones de donde debían brotar las líneas casi imperceptibles de sus atmósferas, la densidad o la masa de sus horizontes, la espesura sugerente de sus campos de color. En suma, los serie de imágenes donde se capta la inestabilidad infinita de nuestras emociones.

Y planteó a Tonet Amorós la posibilidad de continuar su serie de fotografías. Dejando constancia de lo recordara: el artista pero también los otros. De aquellas exposiciones que se habían programado. En el ciclo. O, al menos, de cualquier otra cosa que el artista hubiera sentido. O de lo que creyera que se había de huellas como si fuera la memoria de lo que había pasado o de lo que todavía estuviera pasando. O de lo que se pudiera recordar. Del transcurso de aquella aventura que debía consolidar en el tiempo. O no. Y mediante el movimiento de su cámara fotográfica. O de la evolución que se pudiera apreciar en el pensamiento del cualquiera.

Aquella propuesta que le hizo fue como un contrato a dos bandas.

Entre él. Que siempre pensaba que era un cúmulo de recuerdos allí que se grababa en la memoria una vez se había visto una exposición. Y que si bien había recuerdos que olvidaban al instante consideraba que había otros que eran los que nos ayudaban a comprendernos. Como somos. Y a saber que era lo que pensábamos. O a intuir que era lo que queríamos. Para nosotros. Y que este tipo de recuerdos eran aquellos que relacionábamos con los demás. Con aquellos que se acumulaban en nuestra memoria y que daban una cierta consistencia a nuestra razón de ser. Porque nos inducían a preguntarnos sobre nuestro pasado. Y a cuestionarnos sobre aquellas cosas que nos va sucediendo. Y a plantearnos cualquier proyecto de cara a un futuro que ignorábamos por completo.

Y el artista. Que consideraba que las visiones de revolución eran otra forma de participar. En una exposición. Y para que sólo las podía tener una vez que la exposición estuviera terminada. Porque de lo que se trataba era de captar su esencia. Y que esta esencia lo pudiera llevar a encontrarse con la sensación de infinitud que se puede tener. De las sensaciones. Pero también los horizontes. De aquellos lugares donde nuestra mirada se suele confundir con el tiempo. Y darse la vuelta hacia su interior. Para percibir cuáles son los estímulos. O lo que le pasa. En el interior. Para seguir perdiéndose. Pero también se podía entender como la voluntad de percibir en el horizonte las diferentes etapas de un viaje. Entre el espacio y la persona.