Francesc Ruiz y Erno Rubik
Francesc Ruiz se acerca al mundo de los juegos desde la óptica del cronista de la epopeya de uno de los fenómenos de masas más sugerentes en la historia contemporánea. El Cubo de Rubik puso en crisis el modelo productivo de la Hungría comunista, que se reveló incapaz de absorber una demanda globalizada. Asimismo, el invento provocó la histeria por su uso y consumo y la aparición de todo un género en el mundo editorial dedicado a dar con las soluciones. Con Francesc Ruiz y Erno Rubik, nos introducimos en un universo de complejidad dibujada. Como en las intrincadas y escondidas combinaciones del juego de Rubik, un gran dibujo panorámico que ocupa las tres paredes de la sala desarrolla, en paralelo con la complejidad del cubo, una propuesta formal laberíntica, a la manera de los juegos de imágenes aglomeradas (y escondidas) de ¿Dónde está Wally?. En este marco, el visitante se zambulle en la maraña de personajes que cubo en la mano, se amontonan a lo largo de los metros cuadrados de dibujo. Fuerza la mirada, se acerca, busca, retrocede, mira. Pero esta vez el juego no tiene solución. Un juego (el cubo) comentado desde el marco formal de otro juego (Wally). Sobre esta estructura en blanco y negro hiperdibujada, Ruiz pintó con rotuladores zonas de personajes que a veces se identifican entre sí como tribus urbanas, o extrañas y arbitrarias sectas, o solitarios alucinados, formando masas de colores que configuran una nueva y aleatoria imagen. Así, el plano del dibujo va ganando en densidad a medida que nos dejamos llevar por la propuesta y descubrimos que bajo la apariencia de un juego enigmático, Ruiz nos dice que el arte es una cartografía secreta, un sitio de agregación de infinitas capas o un espacio mutante que se transforma a medida que la mirada penetra lentamente en su espesura.
Luisa Ortínez