La Capella antiga

La Capella: 600 años en el Raval

Exposición permanente

LA CAPELLA: 600 AÑOS EN EL BARRIO DEL RAVAL

La fundación del hospital y su iglesia

En el año 1401, el Consejo de Ciento y el Cabildo de la Catedral de Barcelona fusionaron seis hospitales de la ciudad para fundar uno general, llamado de la Santa Creu, que agrupara todos los recursos. Ese nuevo centro tuvo una importancia primordial en la historia de la medicina hispánica y europea, puesto que fue uno de los primeros centros consorciados, con la participación del poder civil y el eclesiástico, bajo la protección de la Corona. En una sociedad tan profundamente religiosa como la medieval, los hospitales, que tenían la finalidad de alojar y asistir  —corporal y espiritualmente— a pobres, peregrinos y enfermos, se organizaban de manera similar a los conventos.

Una comunidad religiosa se ocupaba de las funciones administrativas y asistenciales, ocupando cargos como el de enfermero mayor o el de provisor —encargado de proveer el hospital de alimentos—. Para que la comunidad pudiera cumplir con las obligaciones espirituales, era imprescindible una iglesia que, además, sirviera de espacio devocional para los internos.

El nuevo hospital se empezó justo en medio del barrio del Raval, en los terrenos del desaparecido Hospital d’en Colom. En 1405 se decidió que, para construir una iglesia, dedicada también a la Santa Cruz, se aprovecharía uno de sus edificios, que posiblemente había servido de sala principal desde finales del siglo xiii. Después de unos años de remodelaciones, la nueva iglesia, en cuyo vestíbulo os encontráis, empezó a utilizarse hacia 1440.

La asistencia a las almas de pobres y enfermos

En la Europa medieval y moderna era fundamental morir adecuadamente o, lo que es lo mismo, cristianamente. Para ser enterrado en tierra sagrada, se debían haber confesado las propias faltas y perdonado las de los otros, habiendo expresado las últimas voluntades y recibido los últimos sacramentos. En el hospital, los religiosos de la comunidad acompañaban hasta el final a los pacientes moribundos, gente a menudo sin recursos y sin familia ni amigos que pudieran ocuparse de ellos. Después los enterraban ritualmente, en la tierra de la misma iglesia o en el camposanto del hospital  —situado a poca distancia de aquí, en los actuales jardines del Doctor Fleming—.

El cuidado de las almas proseguía más allá de la muerte. En sus testamentos, los internos moribundos y las personas que dejaban bienes al hospital pedían que, en días determinados, se celebrasen misas en la iglesia y se pronunciasen oraciones en su honor. Cada mañana se distribuía a los religiosos una lista con esas obligaciones acumuladas durante siglos y estos las cumplían durante muchas horas al día, a veces con la ayuda de laicos devotos integrados en varias cofradías caritativas. Por su parte, el sacristán se ocupaba de los altares, que siempre estuviesen en condiciones y que los cirios cremasen continuamente.  

La iglesia, el barrio y la ciudad

La iglesia no solamente servía a los internos del hospital, sino también a todos los vecinos del barrio del Raval. Aquí se oficiaban, a les cinco de la madrugada, las misas más mañaneras de la ciudad, a las que asistían «las personas que tenían que emprender viaje y los obreros que entraban al trabajo», según recogió el etnólogo Joan Amades. Visto que abrían muy temprano, muchas personas sin techo aprovechaban la iglesia para dormir en ella cobijadas durante horas.

La iglesia era muy popular y algunos de sus altares habían estado especialmente venerados por los barceloneses. Desde el siglo xvi, por ejemplo, muchas procesiones rogativas se dirigían hacia ella para pedir protección contra la sequía ante el altar del San Cristo.

La iglesia del hospital tenía también un papel muy importante en las festividades de la ciudad. El domingo después de Corpus, se adornaba mucho el hospital y los barceloneses entraban para apreciar las guarniciones. De la iglesia salía una procesión protagonizada por los niños y niñas huérfanos del hospital, conocidos como expósitos. Acompañados por las figuras de las bestias de Corpus, los niños desfilaban por el barrio y por el recinto hospitalario. Para las expósitas, que hacían vida conventual, aquella era la única ocasión del año en que podían salir del establecimiento, aunque a partir de 1820 se les prohibió participar.

El cuidado de los niños

Buena parte de los niños huérfanos o abandonados de la ciudad llegaban al hospital donde, tras recibir el bautizo en la iglesia, eran separados los niños de las niñas. Desde el siglo xvii, las niñas eran internadas en el Convento de las Doncellas, donde aprendían a ocuparse del hogar mientras esperaban el momento de casarse o de entrar en el servicio de alguna familia acomodada. Por el contrario, los niños eran educados por el maestro, un religioso de la comunidad que les enseñaba la doctrina cristiana y nociones de gramática antes de entrar a formarse como aprendiz en algún taller de la ciudad. En la iglesia, solo entraban los niños que oían misa por la mañana y rezaban el rosario por la tarde. Algunos de esos niños expósitos cantaban durante las solemnidades de la iglesia, integrados en la escolanía del hospital.

Desde el siglo xvii, la Obra de la Iglesia del Hospital, organización integrada por laicos que contribuían al mantenimiento de la iglesia, se encargó de recaudar dinero para que los niños del barrio del Raval pudieran recibir, como mínimo, la misma educación elemental que los expósitos que vivían en el hospital.

Expansión y cambios

El Hospital de la Santa Creu fue durante centenares de años la principal institución hospitalaria de Barcelona. Entre los siglos xvi y xvii, el antiguo recinto gótico creció de manera constante hasta que ocupó toda la manzana de casas actual. Ese crecimiento fue paralelo al aumento de las necesidades asistenciales de la población, provocadas por el impacto de las grandes epidemias del momento, por las crecientes desigualdades sociales que esas provocaron y por el aumento de población a mediados del siglo xviii.

La iglesia del hospital también fue sensible a esos cambios. Durante la Edad Moderna, se añadieron múltiples dependencias anexas a medida que nacían nuevas cofradías y crecía la comunidad de presbíteros, que de los cinco miembros que tenía en 1417 había pasado a doce en 1756. A finales del siglo xviii el recinto del hospital ya presentaba graves limitaciones de espacio y el aumento de la cifra de fallecimientos entre los internos empezaba a imposibilitar los entierros dentro de la iglesia y en su camposanto. Por todo eso y por el crecimiento  del nombre de fieles en un barrio cada vez más populoso, se amplió la iglesia a inicios del siglo xix, convirtiendo su austera nave única en una verdadera iglesia de tres naves con capillas laterales.

Una iglesia que crece

En el momento de la fundación del hospital, la iglesia debía de tener una distribución muy sencilla, con un espacio diáfano de nave única y una cabecera cuadrada. Enseguida fue necesario ampliar el edificio para albergar nuevos espacios de devoción, de manera que, en los siglos xv y xvi, se construyeron las dos capillas de estilo gótico florido que todavía se conservan actualmente en el lado derecho de la nave. En ese mismo periodo, se construyó el vestíbulo donde os encontráis.

Al final del siglo xviii se realizaron reformas importantes, entre las que destacan un nuevo ábside de planta semicircular y el portal barroco orientado a la calle Hospital. En época renacentista y barroca, la iglesia había quedado abarrotada de altares y retablos, motivo por el cual, ya hacia el año 1830, se hizo una gran ampliación que consistió en una apertura de los muros de cierre para construir dos naves laterales que permitieron levantar siete capillas laterales y un nuevo portal que comunicaba directamente con el patio central del hospital. De ese modo, la iglesia llegó al siglo xx habiendo casi duplicado su superficie original.

Un contenedor de artes

Aunque actualmente sea un espacio diáfano, la iglesia legó al siglo xx con un riquísimo contenido artístico que se fue adaptando a los nuevos gustos y necesidades de cada periodo, al mismo ritmo que el edificio evolucionaba. En la Edad Media, ya había algunos retablos, entre los que destacaba el que Francesc Vergós II pintó para el altar mayor en el año 1443. Aunque no se haya conservado, ese retablo debía de ser de calidad, puesto que Vergós pertenecía a uno de los principales grupos de artistas que modernizaron la pintura gótica barcelonesa.

Durante el Renacimiento y el barroco proliferaron los retablos y los conjuntos decorativos, como el Santo Sepulcro que el gran Bartolomé Ordóñez esculpió en 1517. Ese grupo escultórico debía de ser un encargo de gran importancia, puesto que Ordóñez solo trabajaba para las grandes catedrales y la alta nobleza hispánica. En el siglo xviii la iglesia se sumó a la innovación artística barroca gracias a la fachada monumental y rompedora diseñada por Pere Costa, uno de los mejores arquitectos-escultores catalanes del momento. Al mismo tiempo, Antoni Viladomat, el pintor más famoso de la época, trabajaba en la decoración de algunas estancias del hospital entre las cuales, según algunos historiadores, también se encontraba la iglesia.

Música en la iglesia del hospital

La música era una parte básica de la liturgia católica y la iglesia del hospital no era una excepción. Según el reglamento que desde 1756 regía la comunidad de religiosos, estos tenían que saber «suficientament de chant pla», es decir, tenían que tener conocimientos de música gregoriana. El reglamento prestaba especial atención a la manera que tenía que cantarse la misa en la iglesia y describía la existencia de un libro donde se detallaba qué días y solemnidades se cantaba.

Más allá del canto estrictamente litúrgico, en la iglesia del hospital también había espacio para música instrumental, puesto que era una de las poquísimas iglesias hospitalarias que disponía —y dispone— de un órgano fijo, seguramente desde el último tercio del siglo xviii. El órgano se encuentra, aún hoy en día, sobre el vestíbulo de la iglesia, presidiendo el coro elevado desde donde la escolanía debía de cantar durante las misas importantes.

En la iglesia del hospital también había lugar para la música de raíces populares, sobre todo en forma de gozos. Desde los inicios, sus fieles se reunían en ella para cantar estas composiciones poéticas dirigidas a exaltar la figura de Cristo, la Virgen María y los diferentes santos a quienes se veneraban en los altares de las capillas.

Un retablo viajero

Durante el siglo xvii el altar mayor de la iglesia se transformó completamente. Detrás de él, se levantó un enorme retablo de estilo barroco del cual no se conoce ni la fecha exacta ni el nombre de los artistas que participaron en su construcción. Ese nuevo y monumental retablo estaba presidido por una escultura de Santa Helena, pero también contenía cuatro grandes pinturas rodeadas de una riquísima decoración moldurada, pintada y dorada. 

Al estallar la guerra civil el retablo se desmontó y almacenó para evitar que se dañara. Justo al terminar el conflicto se repuso pero en unas condiciones bastante distintas a las originales. Esta vez el retablo no presidiría la iglesia del hospital, sino que se situaría en un lateral de la parroquia de San Agustín Nuevo, a pocos metros de aquí. Reconvertido en altar de San Antonio de Padua, este retablo viajero sufrió un par de incendios en 1975 y 1980, pero en la actualidad se puede admirar en todo su esplendor gracias a una reciente restauración esmerada. El azar ha hecho que la pieza más importante del conjunto mueble de la iglesia barroca llegue a nuestros días como el último de sus vestigios y, además, fuera de su contexto original.

Los nuevos usos: decadencia y esplendor

A finales del siglo xix se empezó a gestar la idea de trasladar el hospital general hacia un nuevo recinto más grande y moderno. Las obras de construcción del nuevo Hospital de la Santa Creu i de Sant Pau, llamado así en honor a su benefactor Pau Gil, diseñado por el arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner, se iniciaron en 1902, pero el traslado de la institución no se hizo efectivo hasta 1930.

Previendo que el conjunto de la Santa Creu seria abandonado, el Ayuntamiento de Barcelona lo compró entre los años 1921 y 1922 para salvarlo y darle nuevos usos. Entre 1929 y 1935, el conjunto fue dividido en sectores para alojar en él la Real Academia de Medicina, el Instituto de Estudios Catalanes, la Biblioteca de Cataluña y la Escola Massana, centro de artes y oficios.

Por lo que se refiere a la iglesia, en el año 1930 fue desacralizada y se cerró al culto a la espera de recibir una nueva función. El edificio quedó en desuso durante el largo paréntesis de la guerra civil española y durante la posguerra, y llegó al año 1947 en muy mal estado, cuando se inició su rehabilitación. La iglesia, rebautizada como capilla, se convertiría en sala de actos y exposiciones del ayuntamiento y se terminaría consolidando como un espacio artístico de renombre para el barrio y la ciudad.

La nueva capilla del antiguo hospital

En el año 1947 los arquitectos municipales Adolf Florensa y Antoni Falguera dirigieron una profunda rehabilitación del edificio siguiendo los criterios del momento, bastante distintos a los criterios actuales. Su idea de restaurar la antigua iglesia del hospital era recrear un aspecto similar al que habría tenido en su momento fundacional, aunque ese no se conociera exactamente. Se quería recuperar hipotéticamente el esplendor medieval del edificio, borrando las trazas históricas de todos los períodos siguientes.

De ese modo se derribaron las naves laterales y el ábside barroco y se levantaron nuevos muros de cierre, recuperando la estructura de nave única con cabecera cuadrada. La operación implicó la destrucción de la rica decoración escultórica y pictórica que revestía todas les superficies del edificio, a excepción del cupulino, el órgano barroco y la vuelta que lo cubre, que han llegado a nuestros días como últimos testimonios in situ del edificio de la Época Moderna. El resto fue prácticamente nuevo, ya sea por los interiores como por las fachadas y tejados. En favor de rencontrar el origen medieval del edificio se sacrificó la riqueza de sus valores patrimoniales acumulados con el paso del tiempo.

En el interactivo anexo, se pueden encontrar imágenes de la transformación radical que vivió el edificio durante su rehabilitación.

Un espacio para los amantes del arte

Después de su rehabilitación, la capilla se abrió al público como un espacio municipal donde se celebraban todo tipo de actos, conferencias, conciertos y exposiciones. La nueva sala del ayuntamiento acogió, por ejemplo, una muestra  propagandística sobre la vivienda social promovido por Instituto Nacional de la Vivienda (1957), el ciclo Conciertos de Cuaresma del Fórum Musical (1974), la exposición del centenario de Manuel de Falla (1976) y, ya en democracia, exposiciones sobre la labor de la Guardia Urbana.

Pero ese espacio se especializó, sobre todo, en la organización de exposiciones de cariz artístico, como los Salones de Mayo que se celebraron entre 1956 y 1969, sembrando la semilla del futuro Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Además de acoger todo tipo de exposiciones de divulgación artística, en el año 1968, La Capella fue el escenario de la mayor exposición monográfica que hasta el momento se había celebrado en torno a  Joan Miró, que sería la semilla de la fundación que desde entonces difunde su obra.

Con el advenimiento de la democracia, La Capella consolidó su programación artística con exposiciones históricas para la ciudad, en torno a figuras destacadas como Juli González (1980), Josep Guinovart (1981), José Pérez Ocaña (1982) y Francesc Abad (1990) entre otros. Para visualizar el cariz de estas exposiciones, podéis consultar el interactivo.

La Capella

Con la instauración del ayuntamiento democrático, este espacio estabilizó su programación de exposiciones artísticas, hasta que en el año 1994 se construyó La Capella. Una sala de arte abierta a todos los públicos que ha centrado sus esfuerzos en la promoción de las nuevas creaciones de artistas emergentes de la ciudad.

A través de sus exposiciones gratuitas, La Capella ha acercado al público general y a la gente del barrio la tarea de los artistas noveles, los comisarios, los críticos y otros profesionales del arte y la cultura contemporáneos. Se trata de un espacio donde la ciudadanía puede dialogar con las nuevas corrientes artísticas a través de iniciativas como BCN Producció, que desde el 2006 incentiva la participación de artistas ofreciendo el apoyo necesario para conectar sus propuestas de innovación artística con el público.