Arrópame. Instalación
Resulta bastante visible que la práctica artística actual, de un tiempo a esta parte y en gran medida, toma el cuerpo como paradigma representacional, tal vez entendiendo la imagen del cuerpo humano como la imagen humana más propia y legítima, la que apela con más celeridad a lo humano, la que nos describe como individuos relacionales y nos justifica éticamente, y hace que no haya nada mejor, ni más eficaz, ni más operativo que entender el mundo como el mundo de los hombres. Los hombres representan a los hombres para explicarse. O sea que este arte explica a los hombres qué son y qué no son, que viene a ser lo mismo. La imagen del hombre se ha convertido en la voz visual indispensable para referirse a lo humano, a la vida, a la cultura, a la conciencia del momento contemporáneo. Parecen difuminados en el tiempo los esfuerzos desmesurados y heroicos dirigidos a sobrepasar lo humano, a desbordar la propia condición, a trascender el propio destino. Tal vez nos parece que aquella obsesión maníaca, aquellos episodios generadores de cosmovisiones que buscaban el lugar del hombre en la máquina de la Creación, que luchaban por situar el lugar del hombre en el Orbe mediante el arte y la filosofía, eran el efecto tóxico de la religión, la influencia última de las creencias psicomotoras, tabuladas en el panteón mitológico a través del tiempo y originadas en el estadio primitivo del animismo fenomenológico precursor del hombre moderno.
Asistimos, por tanto, a una nueva tendencia antropocéntrica, de la que son síntomas las manifestaciones artísticas o paraartísticas referidas, desarrolladas en la oleada posmoderna de la sobreacctuación existencial y cognitiva que evalúa cualquier fragmento como fundamental, pero no entendiéndolo como parte o accidente vinculado a la red monista que sostiene toda la existencia emanada de un único aliento panteísta, sino que este intento de circunscribir la imposibilidad de la utopía en un límite estable, en una frontera tabú, entiende el fragmento y el accidente como pruebas indicativas de la única y verdadera existencia del hombre, del único nivel evaluable y comunicable, es decir, encuestable, susceptible de objeto de análisis y, en último término, productivo éticamente, ya que elabora, o lo pretende, un despliegue del método sobre lo real. Se entiende el tiempo como el tiempo del hombre, las cosas como la plataforma propia de la cognición, el Universo como su universo cognitivo, y el aliento o la sustancia sentidológica y casual de las cosas como un suceso emanado de su mutación aprehensiva, como patrimonio de su naturaleza cognitiva.
En este estado de cosas, podemos significar algunas actitudes que parecen indicar fatiga respecto a la coerción que ejerce el tabú: Sólo es lícito lo posible, solo es ético lo dirigido a rectificar la contingencia. Empieza a detectarse cierta sintomatología descrita en actitudes más independientes y heteróclitas. Un individualismo a menudo más intuitivo que reflexivo, dispar, inexacto, desamparado, a la intemperie, ya que se desarrolla sin el techo de la convención, en el exterior del ágora.
Esta fatiga, entiendo que se deriva de la postración a la que condena este límite espiritual que ha conseguido el dominio intelectual del sistema. El panteón simbólico no es sólo una mansión de estatuas inmóviles, una estatuaria a la sombra el tiempo; no es sólo una cámara de fetiches, sino el lugar en el que se establece la conexión y el encuentro entre la materia bruta y la conciencia, entre la fenomonología activa y dinámica, y la captación psicoemocional. Al final, este lugar de choque, de fricción o de irritación, de criticidad, es el lugar de la creación, es el espacio de contacto con las fuentes originales, con los manantiales del lenguaje, con el tiempo del despertar. Se convierte en necesario el topos del utopos, en imprescindible la acción poética deus ex machina.
La obra de Miquel García describe una actitud que parece manifestar la fatiga que comento, en la medida en que no habla del cuerpo como referente conductual, sino que imagina un cuerpo corporificado por emociones transcritas, un cuerpo de cuerpos espirituales, y no un cuerpo reivindicativo de condición, no un cuerpo tomado como una ecuación dialéctica de la contingencia. Acierta al elidir cuerpo de identidad, ya que no hacerlo significaría otorgar totalidad a la parte, en un reduccionismo que se ha convertido en obsesivo. Los valores de inconcreción iconográfica, de voluntad poética, pese a emplear la encuesta como sistema, le acercan y le conducen hasta una posición capaz de trastornar, en el futuro, la influencia opaca y blindada del paradigma. Celebraré este viaje hacia un espacio de saturación sentidológica, de gravedad en la forma y de actitud severa, ya que la anécdota gratuita articula artificios fugaces y transitorios, mientras que quien convoca la síntesis del pensamiento obtiene, en la praxis del arte, el dominio de la facultad de vincular a los contrarios en unidades de sentido.
Gabriel
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