Especejament. Despiece
Cuando éramos niños, mientras mamá compraba sesos o chuletas, contemplábamos el cartón infaliblemente azul que ilustraba acerca de los nombres y las formas de los fragmentos que da el despiece de la res o del cochino.
Memorizar los nombres de todas las partes y su emplazamiento garantizaba un saber útil para la vida del consumidor de carne. Con ello se podían conocer las partes, no así el todo, ya que entre los pedazos del puzzle faltaba siempre la naturaleza del despedazado, esto es, la imagen unitaria y sana que se habían empeñado en mostrarnos en los libros infantiles: la vaca dice mu (siempre estaba seria), el cerdo vive en la pocilga (siempre sonreía). Contemplando la carne a trozos intuíamos que el todo es más que sus partes, así que veíamos, pero no encontrábamos la vaca. No pocas mentes infantiles habrán realizado su primer vuelo metafísico en una carnicería, y es que sólo el honesto carnicero nos sacudió con una verdad despedazada que aún hoy no sé si consistía en asistir a lo que de verdad era una vaca, o en como no era en verdad la vaca.
Cambiar una ficha de sitio, como saben los ajedrecistas, puede hacer temblar al contrincante.
Hoy, donde el cartel antiguo hablaba de la vaca metafísica, tenemos al ser humano físico despedazado. Alguien ha movido ficha. Jaque.
Alberto Sampablo Lauro, Barcelona 2003
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