El paisatge més pròxim
El paisaje más próximo a nosotros es siempre fronterizo, ya que se forma justamente desde donde acabamos: en el límite de nuestra piel, en el umbral de nuestra percepción, en el borde del pensamiento último, en la contigüidad de aquella emoción o este sentimiento, en la resonancia de esas palabras... Y, como pasa en todas las geografías del mundo, las fronteras son un lugar sin nombre definitorio, sin distinción ni propiedad útil. Son inicialmente tierra de nadie. Es decir, es en este territorio, a menudo difícil de confinar y donde no queda claro qué espacio es más ajeno que nuestro, donde los seres humanos desarrollamos nuestros juegos favoritos: los de proyectarnos y construirnos como diferentes. Es donde los hecho creativos toman medida y se produce lo mejor de nosotros. Somos donde acabamos y en aquello que acabamos. Tatuamos el envoltorio que nos rodea con los signos propios como sello de propiedad territorial.
El paisage más próximo, "el espacio fronterizo", es siempre un territorio en proceso de cambio: pasa de la indefinición ás extrema a la identidad más diferencial, y configura una nueva circunscripción cada vez que nos determinamos en aquellas imágenes, objetos o espacios producidos. Modificamos nuestra extensión y nuestros límites al dar nombre a aquellos territorios que eran apátridas y de los que, justamente ahora, nos hemos apropiado; y es así como alteramos la geografía del yo al definir las fronteras entre nosotros y los otros, al ser creativos con el paisaje más inmediato y al modificar la geografía urbana ajena.
El paisaje más próximo recoge una experiencia sensible y plástica que, superando la primera fascinación por lo más fácilmente reconocible, es decir, el propio cuerpo, las memorias más genéricas, la experiencia más próxima..., determina la inmediatez y le da forma: así veremos dibujadas las montañas que forman los vestidos sobre nuestros cuerpos, las líneas trazadas por los ríos que dibuja nuestro sudor sobre la tela, el bosque de jarrones que contienen los recuerdos, los recorridos por los alrededores de nuestra vivienda, o el modo como paralizamos y congelamos nuestra mirada en lo deseado... Experimentaremos cómo se formaliza un paisaje que se confunde con la epidermis, con el aliento, con el vapor del cuerpo al transpirar, con todo lo más próximo e íntimo. Es este talante el que aglutina las producciones que podemos ver en El paisaje más próximo, en el que concurren tanto la voluntad de dar identidad a la frontera de nuestro ser como las dudas, y como mínimo el distanciamiento, en relación con todo aquello que escapa de la individualidad para construir las preocupaciones colectivas, ya que está claro que la falta de perspectiva para ver esperanzas en un paisaje lejano, en una relación más íntima y privada, en la frontera de nuestro ser, en el umbral con el otro.
Jaume Barrera