Parades en el buit
Esta exposición es una iniciativa conjunta entre Ayuntamiento y Facultad de Bellas Artes de Barcelona para suscitar un ámbito de reflexión a partir del trabajo actual de un conjunto de ex-alumnos que han abierto direcciones creativas llenas de interés, silenciosas y todavía poco conocidas en la ciudad. Revisar la situación en perspectiva de unos creadores formados en la Facultad barcelonesa -tanto en el caso de haber seguido del borde algunos de ellos en quien ya creíamos, como en el de haber incorporado otros a quien conocíamos menos- ha significado compartir su más decisivo momento de libertad. No el momento inicial de rodar por efecto de la dinámica iniciada en Bellas Artes, sino el momento posterior de asiento en solitario, en que se perfilan posicionamientos ya más definidos, desbrozados y consistentes, donde el rastro del aprendizaje afecta, en todo caso, las actitudes de fondo y las maneras de afrontar el hecho creativo con capacidad para desarrollar discursos suficientemente personales y auto exigentes.
La mirada es, evidentemente, acotada y parcial en bien de su claridad: se ha enfocado la situación de confluencia de unos artistas que trabajan en la desaceleración, para extraer señales positivas dentro de un territorio de pérdida que afecta a la relación con las cosas , las imágenes y las expresiones. Los artistas reunidos en esta exposición han sido particularmente poco públicos desde que salieron de la Facultad de Bellas Artes -hace entre dos y siete años- y son poco prolíficos en obra, en base a una restricción auto impuesta. De esta actitud vital se desprende un aspecto común a todos ellos, el de haber entrado en un estadio de convecciones críticas y complejas, que se manifiestan en los pliegos, en las fisuras, en los lugares invisibles del lenguaje, como conciencia de un fuera que experimentan vacío, como resonancia de una ética del "no entusiasmo" en respuesta a un contexto desfigurado, oculto, que no se deja penetrar ni percibir con claridad, en el que se encuentran sobrepuestos sin cohesión posible y en el que aprenden a reconocerse capturando circunstancias, indagando en los estados latentes.
Un territorio de sutiles desplazamientos entre lo que vemos y lo que se nos está proponiendo definiría las cualidades visuales de la mayoría de estas obras. Los sustratos de fondo contienen un voluntario profundización en dilemas más que en aseveraciones, un construir situaciones disuasorias, divagador, que dejan constancia de la no pretensión de ser afirmativo, de la dificultad o inconveniencia de << expresar >>, orientándose mejor aproximaciones críticas a los sujetos referidos, o ni siquiera a ellos, a la razón de ser de su presencia, que en general nos remite al mismo acto de hacer arte y al mirarlo.
En este tratar de entender el movimiento de las cosas, más que lo que ellas son, se produce una exploración sobre los mismos mecanismos del arte, sobre cómo emerge la obra, donde se sitúa, como la recibimos y cómo incide o se deposita de nuevo en la realidad. Se mueven en un sutil y tensado circuito de disoluciones dentro y fuera, elaborando presencias de la denegación, goteos del casi no decir, de la no designación frontal, espejismos del lenguaje dentro del desierto interior, vinculaciones remotas con las formas del arte , después de haber hecho un gran salto fuera.
En consecuencias se fuerzan los límites del arte, se incide en espacios de creación colaterales, devaluados, impensados, desvalidos, y emerge la importancia de las fronteras del relativo, de lo que es y se auto impone como ambiguo y vez desprotegido, que se adentra en los intersticios y que asume los estados paradójicos de estas insinuaciones, de estas suspensiones, dispersas, ilusorias, desprovistas de esencia, escasas de presencia.
Al poner en suspensión lo que creemos saber de nosotros mismos y del mundo, pero dialogando continuamente con él y con los reflejos borrosos que nos proporciona, Maria Cusachs propone una dilatación del camino de la visión para reflexionar en aquella imprecisa pero sustancial zona de inflexión que hay entre lo que somos y lo que parecemos ser, en la disfunción entre como el mundo actúa en nosotros y nosotros en él. Desciframientos concisos, sensibles, hechos en la más absoluta transparencia, como un aprender a descubrir, a seguir, en la saturación de la apariencia, la distancia que nos separa de los secretos del mundo reconocible.
La ceguera que nos invade, la incapacidad generalizada de mirar, de "sostener" la mirada a las cosas, y de ir más adentro cuando es necesario, ha propiciado esta galería de ciegos, creada por Cori Mercadé. Al trasladar a la pintura diez imágenes de invidentes de un antiguo tratado de oftalmología, se desencadena un complejo circuito de pérdidas de legibilidad, de derivaciones hacia nuevas y no buscadas adherencias antropológico-históricas. Los ciegos, a pesar de su frontalidad, se convierten espectros de la incomunicación. El artista elabora ofegants circuitos en los procesos de copiado, contribuyendo a un repliegue de los referentes hacia un afloramiento de las propias opacidades y paradojas contenidos en la pretendida veracidad icónica.
Re-versionar imágenes intrascendentes, extraídas de iconografías triviales cotidianas, sirve a Gemma Clofent para propiciar de forma muy consciente del sentido de deriva de la visión: con ellas construye mobiliarios de pintoresca ficción que se ofrecen como grandes escenarios de impenetrabilidad. Descodificando la misma identificación de los medios artísticos con los que se ayuda y, a base de disolverlos unos en los otros, provoca unos camuflajes que acaban aportando desconcierto y enturbiamiento a una imaginería aparentemente inocua y convencional. Encadenados paralizantes de la visión, donde se instalan espacios para la figuración enrarecidos, opacos, desautorizados, que contienen su doble, su sustituto posible, como una suma de espejos de visión.
Roc Parés trabaja sobre el derrumbamiento poético de las ortodoxias de los medios tecnológicos incidiendo de lleno en el territorio interrogativo sobre "qué" y "cómo" vemos. Enfrentado a la aparatosidad, se adentra en los contornos mudos, imperceptibles, que contienen a partir de la fragmentación del tiempo y el despojo de sentido, hasta hacer emerger el punto de tenue neutralización, un nuevo laberinto silente desde el que poder difundir olas inquietantes, cálidas travesías del absurdo que no pretenden definir, desvelar, informar o dilucidar nada más que su haber sido llamado a ser presencia revisada, soporte de múltiples indeterminaciones.
Un fresco laboratorio de operaciones transformativas casi imperceptibles caracteriza el trabajo de Antonio Ortega. En sus concisas y diáfanas manifestaciones menudo vemos vida que esconde muerte. Afronta los procesos de vida introduciendo anomalías, distorsiones, y restricciones elementales como una manera de dialogar poéticamente con sus factores subliminales y negadores. El frágil hilo temporal, la naturalidad dada la contingencia de las conductas, la dialéctica de la limitación (del no-ser) dentro del ser y la contrariedad convertida en descarga lúcida, propulsan un vuelta al que las cosas son, un retorno a la origen y su fabuloso potencial de alteridad. O quizá también una llamada dulce en la intrascendencia.
Los espacios de representación incontrolados, libertarios, laterales, conforman las situaciones escultóricas de los escenarios residuales, de la iconografía de apuntalamiento y de tensión que hace posible la construcción de un mundo visual y que señala el "sitio" del arte desde fuera. Como una forma de desplazar la efervescencia de la ficción hacia aquellos otros espacios reservados a la inexpressió. Recobro de la expresión en el punto muerto, en la zona despersonalizada. La llegada de un respiro alegre en el ámbito cegado y la restitución de sentido en los apéndices no celebrados. Entender el abandono como exaltación.
El poderoso principio de disolución contenido en la obra de Francisco Ruiz ayuda a reflexionar sobre lo absurdo de la visión. Configuraciones corpóreas que retienen la memoria germinal, atomista, infinitesimal, de toda masa sólida, se disponen a "ser" en esta circunstancia inconsistente y vibrátil, emulando los engañosos sistemas de unidad de construcción de ciertos juegos actuales. Crea así arquitecturas de membrana, de fricción limítrofe, una estrecha frontera donde se amontonan trampas e interferencias de todo orden en relación a la vida interior virtual que contienen y la vida exterior amenazante que desarrollan, como resultado de los estados de vigilancia que desarrollan en su perímetro. Estatismo y fluidez, abigarramiento y extinción, conviven en una inestable red de fluctuaciones.