Cambra de tots
Por cuarto entiende cierto tipo o modalidad de espacio en el que transcurre la vida o se representa, y con el que solemos estar familiarizados de alguna manera. La ocupación de un lugar donde pasa algo. Un espacio definido por los hábitos cercanos y cotidianos y que, paradójicamente, nos resulta extraño y distante cuando lo interrumpimos por cualquier motivo y tenemos la opción de observarlo desde fuera. La cámara se convierte, entonces, un decorado, una construcción de formas de existencia.
Es un escenario que presupone también una relación muy estrecha con uno mismo, con el otro y con lo otro. Y por lo que tiene de personal, la habitación pasa a ser el lugar donde las relaciones se crean.
En esta ocasión, cuando juega a habilitar esta tipología de hábitat, Gemma Farran hace una escenificación imaginaria de la cámara. Piensa el espacio a partir de las posibilidades que da desencajarse el. Por eso sus instalaciones son lugares, paisajes interiores o exteriores en función de lo que tiene que pasar y, por consecuencia, soportes para un devenir determinado. Todas ellas, desde el mobiliario básico de un espacio de trabajo instalado en un paraje natural, una tienda de campaña que ocupa el espacio expositivo, hasta los espacios provisionales que invitan al intercambio o la elección del voto, son reflexiones sobre el espacio arquitectónico y doméstico a partir de su descontextualización que plantean nuevas situaciones del habitar.
Con Cámara de todos, el artista nos propone un nuevo espacio provisional. La construcción gira en torno a un dispositivo de carácter habitual pero a la vez de naturaleza ocasional para que en su interior se produzcan encuentros. Una estancia pensada a partir de la contrariedad, que alude al espacio más personal de cada uno, al que identificamos bajo el repliegue y la privacidad, un espacio cargado también de intensidad pero que simultáneamente nos propone como un espacio de todos, como centro donde compartir diálogos, encuentros y debates. Un juego en principio de opuestos que señala en una segunda lectura el parecido entre el trastocamiento que sufre un territorio como el existencial y un espacio como el público: lugares, ambos, de choques, de efervescencia colectiva nutrida de lo cotidiano.
La instalación se convierte, pues, una invitación a habitar un lugar de fragilidad evidente: ¿qué tiene de propio una cámara que anuncia su desaparición como espacio íntimo para convertirse en una arquitectura pensada para el evento. Un lugar que se define por su categoría episódica, ocasional y efímera. Como cualquier construcción. Como cualquier forma de existencia. Un espacio disponible pero sin garantías.
Bajo la paradoja y el juego con un espacio físico a menudo imposible, el artista nos habla de espacios construidos para habitar que acaban siendo espacios para confinar. Para bordear, tocar o delimitar. Lugares donde los límites se desplazan. Tras una mirada al espacio arquitectónico y doméstico, este trabajo evoca una mirada sobre el hábito de habitar, sobre cómo nos relacionamos con el lugar, cuáles son las construcciones necesarias para vivir y qué modificaciones deben tener estos lugares para que se conviertan lo que deseamos. Un ejercicio que esconde, en la desarticulación del espacio existencial, la búsqueda de las posibilidades que ofrece habitar el espacio a partir de la relación que tenemos con él y con todo lo que en este nos rodea.