Pasa Porte
Joven -veintiocho años- en un barco de Tenos llegó a este puerto de escala, en Siria, Emis, con el propósito de aprender perfumería.
Pero enfermó durante el viaje. Y, apenas desembarcó, murió. El entierro paupérrimo, se hizo aquí. Pocas horas antes de morir, murmuró algo sobre
"casa" y unos "padres muy viejos".
Pero nadie sabía quiénes eran, ni su país dentro del gran mundo disperso que es Grecia.
Mejor. Porque así, mientras él yace difunto en este pequeño puerto de escala,
sus padres siempre pensarán que está vivo.
En el puerto de escala (1918), Konstandinos P. Kavafis
Todos, como el joven que quería aprender perfumería en Siria, emprendemos algún tipo de viaje. Algunos, no todos, quizá sabemos de dónde salimos, pero nunca estamos seguros de cuándo ni de cuál será la última escala de nuestro particular viaje. Y también, como el joven, quizá nos acompaña un recuerdo, una emoción; pero el sentimiento de soledad es el compañero inseparable de estos viajes.
La palabra pasaporte tiene su origen en el latín PASSUS, 'paso', 'pisada' o 'huella'. Este documento, además de permitir atravesar fronteras, cruzar puentes y transitar libremente por caminos y tierras, es una salvaguarda que da protección, que garantiza los derechos, e incluso la vida, de su portador.
La obra Pasa porte cuestiona el problema de la identidad en el seno de una sociedad, la occidental, en constante mutación. Pero no una identidad artificial de símbolos y banderas, sino una identidad sumergida en lo más profundo de la esencia humana. Nos habla de la falsa certeza de saber quiénes somos y de dónde venimos, y del miedo de no encontrarnos nunca, de no reconocernos a nosotros mismos. Nos habla de ir y venir, del conflicto entre la necesidad de sentirse arraigado, es decir, de pertenecer a una tierra, y la libertad de ser un nómada solitario, de lo permitido y lo prohibido, de convenciones y artificialidades maniqueas. También de la preservación de la dignidad y de los derechos.
En la obra Pasa porte, el pasaporte es al mismo tiempo un escapulario, un talismán precioso y mágico que nos puede ayudar a abrir y traspasar nuestras propias fronteras interiores. Un pasaporte escapulario que une simbólicamente dos conceptos fundamentales para la supervivencia del viajero: la identidad y la protección. Nos remite a la joyería primitiva, al ornamento sobrepuesto al cuerpo y a su función primordial de protección, ya que ayudaba a restablecer el orden y armonía originales entre el ser humano y el universo que lo rodea, rotos por sus acciones de caza y recolección. Es la ampliación y la proyección de la identidad individual.
Guigui Kohon nos propone, con cierta ironía, realizar un ritual, un acto mágico: intercambiar un fragmento de la identidad difusa que supone el pasaporte ampliado, troquelado y troceado, arrancar un trozo y dejar en su lugar un pequeño fragmento de nuestra propia identidad al fotografiarnos. El acto de romper y fragmentar el pasaporte, y sobreponernos en el fragmento, nos ofrece la posibilidad de una identidad compartida, mestiza, con horizontes más amplios, más generosos y más universales.
Ramon Puig Cuyàs, junio de 2002
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