Serie HP
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Ignacio Hernando

Serie HP

Del 6 de marzo al 13 de abril de 1997. Ciclo Amagats. Comisario: Frederic Montornés

Para conocer los demás y nosotros

Entre los impulsos más antiguos de la humanidad está el deseo que tienen los seres humanos contemplarse mediante la interpretación de su propia imagen. Y es el género del retrato el que responde mejor a las exigencias de este deseo. Ahora bien, si el arte del retrato individual es una de las formas artísticas universalmente más presentes de todos los tiempos, no es porque el tema que trate especialmente sea el de la complejidad del individuo sino porque, como que ofrece a quien lo desean una imagen desvirtuada -o idealitzada- de su realidad, ha satisfecho los deseos de aquellas sociedades que han preferido reflejarse en la ilusión de los espejismos. En consecuencia, si el retrato es por un lado una imagen de cómo son los hombres o por lo menos de lo que querrían ser, por la otra es también un reflejo de los grados de estimación que sienten las civilizaciones por sus personas. De ello se desprende que la evolución del retrato a través de la historia es la mejor de las radiografías de la autoestima de la especie humana.

Antes de que las experiencias artísticas de las primeras vanguardias radicalizar la consideración que se tenía del hecho artístico, una de las características que debía tener un retrato era la de conservar un cierto parecido físico con el modelo de la realidad que se quería representar. Preferentemente el cuerpo del individuo. Sobre la base de esta consideración son muchos los artistas que a lo largo de la historia no se dedicaron sino a producir mascaradas, y sólo los genios que supieron captar la esencia genuina del ser humano lograron hablar de esa persona que se esconde siempre detrás de un rostro. Más que un retrato, lo que hicieron fue una obra de arte, y son justamente este tipo de obras las que hoy todavía se pueden hablar. Porque más que el parecido físico lo que nos excita más de una obra es sentir algo, y es sólo la que nos enseña la crudeza de nuestra existencia la que nos puede provocar este tipo de emoción; no el subproducto que se resigna a retratar la forma de nuestra carcasa.

Desde que la fotografía, el cine, la televisión, el vídeo o el ordenador se incorporaron en el conjunto de los lenguajes artísticos en un régimen de igualdad, el tema de la semejanza física con la realidad ya no debería suponer ningún problema para los artistas que creen, que nuestro cuerpo -el cuerpo del hombre, el cuerpo del individuo- es un espacio físico más o menos agraciado. Ahora bien, para los artistas que lo consideran como si fuera un territorio vulnerable no se ha inventado todavía ningún medio técnico que retrate la persona que lo transita por su interior. En consecuencia, si lo que nos puede interesar más es saber quiénes somos y qué somos, pero también lo que nos pasa o nos puede pasar, no podemos pretender que sea una máquina la que nos comunique nuestros anhelos. Porque, si bien un artista no la utilice para hablarnos de nuestra persona, una máquina nunca nos dirá sino las cosas que nosotros queremos. Y aunque la verdad no nos gusta, siempre es justamente lo que no queremos lo que deseamos saber más.

Por encima de las especulaciones que procuran determinar lo que es o no un retrato, el arte es un reflejo de las actitudes de la sociedad en la que emerge. Así, si cuando el individuo es considerado un héroe es el optimismo de una cultura entusiasta lo que suele amanecer entre un retrato más o menos realista, en aquellas sociedades en que se desprecia al individuo como si fuera una ficha de ajedrez no es extraño que el pesimismo de una cultura indiferente y apática oculte tras las obras de alguno de sus artistas. Con esta consideración, el mejor retrato que se puede hacer hoy de nosotros es, más que la representación de nuestra imagen, lo que nos puede influir a pensar que entre las obras que hacen algunos artistas hay una cierta parte de la nuestra persona que vive entre las obras que hacen algunos artistas hay una cierta parte de nuestra persona que vive al ritmo de las emociones. Ya no somos aquellos héroes que anhelan enseñar de una manera demasiado clara. Porque si el mundo de las emociones se ve obligado a ocultarse es porque no hay nada que se pueda enseñar, no hay nada de lo que nos pasa que nadie sepa, ni nada que merezca un vástago especial en la pinacoteca de la nuestra existencia. Y si es así es porque el ajedrez es un juego.

En la búsqueda inabordable hacia la esencia del ser humano lo que preocupa menos los que se dedican es el nombre de sus víctimas. Porque en esta mesa de disección en que se ha convertido el arte actual lo que se conocía antes por individuo se conoce hoy como arquetipo: símbolo de un colectivo sin limitaciones que sufre todas las consecuencias de una sociedad extraña que como cada vez más el censura, que cada vez le es más ajena y de la cuando a medida que pasa el tiempo huye como mejor lo puede hacer. Así, si más que un espacio físico lo que somos por algún artista es un territorio vulnerable, es desde el fondo de este espacio transitable donde nos comunica que los hombres no somos sino metáforas; metáforas del placer y del dolor pero también de unos avatares sociales, culturales y políticos, que, al plantear por encima de nuestras cabezas, casi sin darnos cuenta, nos permiten ver lo que tenemos que hacer para no constatar nuestra derrota.

Para evitar que en el juego de la vida vamos a parar al crematorio sin que nadie nos lo pregunte, debemos buscar la manera de vivir en medio de unas reglas que no nos hemos inventado. Esto no quiere decir que, a pesar de que a menudo son indeseables, las tengamos que respetar todas las horas del día. Así, si en sentir el deseo de aquella investigación hay individuos que deciden ir al cine, hay otros que contemplan la luna llena, leen libros de filósofos modernos, se hacen cortar el pelo o se compran lo primero que encuentran. Y entre todas las posibilidades que nos podemos imaginar se encuentra la de captar el alma de una persona de la expresión de su rostro.

Al oír la necesidad -o el deseo- de buscar la parte más abstracta y oculta del ser humano, Ignacio Hernando se dedica a pintar lo que podría ser para alguien el retrato de un individuo. Pero no es eso lo que hace exactamente ya que si es evidente -y perfectamente identificable- que sus pinturas se inspiran en un individuo que existen en la realidad objetiva, es mediante un punto de vista muy particular que nos hace ver que estas obras reflejan la forma de pensar que tienen todos aquellos que las quieren ver. Lo que nos hace a través de sus obras es más el retrato de nuestra especie (humana) que el retrato de alguien, y si bien lo que nos suelen comunicar es, a veces, una cierta melancolía, también nos hablan de la indiferencia, de la frialdad de nuestras relaciones humanas, de las máscaras que caminan por la calle y, sobre todo de la necesidad que tenemos algunos de nosotros de mantenernos a una cierta distancia de este tablero de ajedrez tanto hipócrita en que se ha convertido nuestra sociedad.

Y es así como llegamos a la galaxia de los ordenadores. Y si bien no todos los utilizamos de la misma manera, lo que motivó a Ignacio Hernando a hacer uso fue el deseo de dejar consignadas sus investigaciones sobre la anatomía de la cara del individuo. Porque si para pintar la imagen de una persona tenía que inspiró en su apariencia objetiva, para captar el alma en la expresión de su rostro tenía que conocer los mecanismos que interactúan detrás de la piel. Y es cuando tuvo todos estos datos que surgieron las imágenes de un rostro que parecía que había perdido su alma. Pero no la había perdido. Porque si las expresiones de felicidad, de asco, de sorpresa, de ira, de tristeza o de miedo pueden reconciliar con la pérdida de las emociones, es a través de un mecanismo altamente sofisticado como funciona el rostro. Y si alguien no tiene la desgracia de desear mantenerlo en condiciones óptimas es posible que pueda llegar a sentir que la intensidad de las emociones de una persona -su, la de todos- es el único de nosotros que en el fondo es verdad. Y si es un artista quien nos lo tiene que explicar a través de las imágenes que en el fondo es verdad. Y si es un artista quien nos lo tiene que explicar a través de las imágenes que ha creado con una máquina es porque, a pesar de que nos puedan romper el rostro, lo que algunos deseamos más es saber quiénes somos y qué somos y no como nos ven o nos quieren ver. Y eso sólo nos lo podemos decir desde el interior de nosotros mismos. Lejos de los demás. Cerca de nada.