Soy la ciudad
Una modernidad bárbara.
Pocos mundos, como la ciudad, para comprobar la desmesura de las oligarquías en América Latina. Y pocas esferas, como la arquitectura, para comprender las ínfulas de estas clases altas que -a la hora de fatxendejar- nunca han sido de nada. Ni de nadie. De ahí que, muy a menudo, los grandes nombres de la arquitectura hayan sido asociados a los delirios oligárquicos.
Unas veces en proyectos directos, otros en influencias evidentes en los arquitectos locales, como es el caso de Le Corbusier en Carlos Raúl Villanueva o de Gio Ponti en Richar Nevidia. En ocasiones ha resultado grotesco que estos u otros arquitectos hayan acompañado los delirios de tiranos tan tenebrosos como Pérez Jiménez o Fulgencio Batista.
Esta trayectoria tiene un punto convencional de partida en el México autoritario y tecnócrata de Porfirio Díaz, desde el que se ha expandido una tradición megalómana que nos ha legado el triunfo de la modernización sobre la modernidad, de la urbe sobre la ciudad, de la tecnología sobre la libertad, de la demagogia sobre la democracia, de la telenovela sobre la novela.
Esta paradoja latinoamericana entre poder y arquitectura ha sido explorada a conciencia, y en toda su complejidad, por artistas como Carlos Garaicoa, en Cuba, Cassio Vasconcelos, en Brasil, y Alexander Apóstol, en Venezuela.
Además de indagar el entramado urbanístico de Caracas, Apóstol ha perseguido el capítulo delirante de los interiores. Como para decirnos que, si bien la plebe es impúdica en la calle -como sucede a su pieza sobre los chicos-fuente de los barrios marginales, casi una cita evidente de Bruce Nauman-, la oligarquía es obscena en su casa -lo que queda demostrada en "Moderno Salvaje", un obra que es capaz de travestirse unos trofeos de caza en biblioteca, según la sensibilidad humana, o animal, del visitante.
Apóstol comprende estas parábolas curiosas que nos describen como este sueño oligárquico de tecnología y pseudomodernitat se ve acosado con hostilidad por la ciudad bárbara que crece de repente en torno suyo.
Como creció de repente Ur -la ciudad de Caldea- medio de la nada.
En esta exposición, que recupera al título una frase de Le Corbusier - "Soy la ciudad" -, la cadencia entre la arquitectura y los humanos alcanza lo que bien podríamos llamar una relación erótica. Basta, como ejemplo, con estos interiores pulcros de los cincuenta, y su correspondiente novela familiar que, de tan perfecta, resulta tan inquietante como la represión sexual de aquellos años.
Aunque hablamos continuamente de "ciudad", estos proyectos muestran el fracaso gigantesco de este ritual mediante el que la complicidad entre el autoritarismo y la arquitectura nos ha hecho cada vez más urbanitas y cada vez menos ciudadanos.
Comisario: Iván de la Nuez