Jaume Alcalde
Jaume Alcalde

ST

Del 31 de octubre de 2003 al 4 de enero de 2004

La historia más grande jamás vista de un hombre invisible en una isla desierta

En el planeta Tierra, cuando alguien tiene problemas, se pone a solucionar los de los demás.

Yahvé escribió sólo diez líneas, en un lenguaje pobre y evidenciando en su trazo agresivo un temperamento colérico, con baja autoestima y próximo a la psicosis. Sócrates y Jesús debieron de sufrir bloqueos creativos. Su fuerza se les iba por la boca y no llegaron a escribir nada. Marx cobraba por página -como luego Stalin lo haría por deportado-, un exceso capaz de agotar al más entusiasta. Nadie fue capaz de leérselo entero. Aunque hay que reconocer que, cuando menos, lo intentaron. Los lectores de Hitler no pasaron de la portada: con sólo mirar el título, miles de personas se vieron impelidas a quemar libros y, ya puestos, a otras personas.

Mi pregunta extraterrestre es la siguiente: ¿Será capaz el planeta Tierra de encontrar un individuo que pueda aunar a toda la humanidad en pos de la lectura de un ideal mesiánico-político? Y lo más importante: ¿Tendrá al menos el prurito profesional de currárselo, el profeta en cuestión, de la primera a la última palabra?

Como dice el dicho, si quieres que algo salga bien, hazlo tú mismo.

Y eso es lo que hizo una vez un hombre, en una isla desierta, en una época lejana, cuando había dos superpotencias que querían conquistar la Tierra para conseguir su objetivo: «Ni un habitante sin nevera», decían unos y otros tras golpear con el puño un mapa del mundo lleno de flechas y colores. Realmente, ese era el único aspecto que separaba la ideología de rusos y norteamericanos. Los rusos querían que comprasen sus ruidosas pero resistentes neveras, mientras que los norteamericanos querían vender las suyas, mejor construidas, pero dotadas de un temporizador que, al cabo de pocos años, se accionaba y conseguía hacer culpables a sus propietarios. A los norteamericanos no les gustaba que las cosas durasen demasiado, por eso inventaron cosas como la performance, la bomba atómica y, más adelante, la bomba H. Esta última era una bomba capaz de destruir a las personas pero no las cosas, lo cual, francamente, parecía un contrasentido con respecto a lo que había sido su ideología hasta el momento. Era una idea más próxima a la de los rusos, que querían que las cosas durasen mucho, pero los hombres poco.

Todo era muy confuso en esa época. Ya se sabe, cuando uno está espeso no puede parar de hacer cosas. Y todas mal.

Ellos no paraban de experimentar con todo. Con cualquier cosa.

Durante uno de esos experimentos, un barco militar que efectuaba unas pruebas de invisibilidad alteró la curvatura espacio-tiempo y, para explicarlo con palabras que se puedan traducir a la tecnología terrícola, hizo flop («todos invisibles») y luego glup, glup («naufragó»).

Nuestro protagonista sobrevivió y llegó a la playa de una isla desierta. En esa soleada soledad -creía estar cerca del trópico- constató una terrible irrealidad: varada en la playa, toda una tripulación de doscientos bravos marinos empezaban a manifestar el típico hedor de la descomposición, mientras que cientos de inútiles e invisibles objetos flotaban mecidos por las olas del mar. A saber: una pistola de señales con bengalas invisibles; latas de alimentos mezcladas con latas de betún que nuestro protagonista comía o escupía según fuese el caso; y miles de objetos tan mudos e inservibles como las palabras imposibles de leer que tenía a su alrededor. Nunca llegó a saber que aquello tan extraño que él palpaba mientras revoloteaba por la isla no eran más que hojitas escritas en rojo y con el membrete de top secret, así como que la Biblia (reconoció el título por el sobrepujado de la portada) en realidad era un falso tomo que ocultaba fotos de mujeres desnudas con animales; poco más que el conmovedor testimonio de lo que el heroico capitán intentó salvar antes del naufragio.

Y así muchas cosas y durante muchos días. Cientos de tonterías en tantos otros días tontos que no le servían para paliar su terrible situación. Estaba solo, en una calurosa y concurrida soledad de hombre invisible en una isla desierta, sin más compañía que pájaros extraños y cocoteros altísimos que le recordaban su ciudad natal, aunque, en realidad, todo se le antojaba tan inexistente como los restos del naufragado barco.

Fue entonces cuando un acontecimiento vino a iluminar su existencia. Y fue justamente un día de Navidad cuando reconoció por el tacto una libreta y un lápiz, ambos unidos por una goma elástica. ¡Sólo podía ser la suya! ¿Cómo, tras tantos días de naufragio, había vuelto eso a sus manos? Y todo quedó claro ante sus ojos: el naufragio, no sentirse nunca querido ni comprendido, etc., etc.

No cabía la menor duda. Él y solo él tenía que explicar a todos el sentido de sus vidas individuales y colectivas, el de sus temores futuros y sus glorias pasadas; él y sólo él iba a escribirlo todo, y luego, a introducir el mensaje dentro de cada una de las miles de botellas vacías que yacían diseminadas por toda la isla.

El mar y el viento transportarían su respuesta definitiva al porqué, el cómo y el cuándo.

El hombre invisible, sin perder la esperanza de que una humanidad futura viese aparecer mensajes como por arte de magia en el interior de botellas de Coca-Cola, escribió con su mejor letra:

ME ABURRO Y NO SÉ QUIÉN SOY NI QUÉ SIGNIFICA ESTO, PERO NO PUEDO MORIRME SIN MONTARLA. HAZLO TÚ POR MÍ O POR TÍ, PERO MÓNTALA, Y BIEN GORDA.

Y ese será el final, en principio, del hombre invisible y de todos los ciudadanos de la tierra, de esta historia y de toda la historia: Millones de hombres isla se sentirán artistas y profetas, naciones e ideologías. Y dejarán de aburrirse y, de paso, de existir.

En mi planeta, cuando alguien cree tener algún mensaje especial y revelador para los demás, le decimos: «Si tienes ganas de sentirte algo, HRT-2000-L (es nuestra manera de decir "fulanito de tal"), no hagas como el hombre invisible de la isla desierta. Sencillamente, siéntete una mierda perdida en una galaxia cualquiera, pero no nos toques nuestras bolsas colgantes contenedoras de fluido flix».

Y luego, todos nos reímos.