Gustavo Marrone

Gustavo Marrone. Instalación pictórica (años 90). Foto: Pep Herrero

Gustavo Marrone

Gustavo Marrone, instalación pictórica (años 90) y La evidencia (2019). Foto: Pep Herrero

Gustavo Marrone

Gustavo Marrone, Nada tiene fin. 2019. Instalación. Foto: Pep Herrero

Julia Spínola

Julia Spínola, Fardo, 2018. Escultura. Foto: Pep Herrero

Lucía Egaña

Lucía Egaña, Pajas Mentales, 2017. Foto: Pep Herrero

Marc Vives

Marc Vives, Melodramas. Instalación. 1998-2019. Foto: Pep Herrero

Marc Vives

Marc Vives, Melodramas. Instalación. 1998-2019. Foto: Pep Herrero

Laia Estruch Jingle

Laia Estruch, Jingle, 2011

Escena 1

Escena 1. Foto: Pep Herrero

Escena 1

Escena 1. Foto: Pep Herrero

Escena 1

Marc Vives, Melodramas, 1998. Foto: Pep Herrero

Les escenes. 25 años después. Escena 1

Del 27 de enero al 10 de febrero de 2019

Escena 1

Lucía Egaña / Laia Estruch / Gustavo Marrone / Julia Spínola / Marc Vives

 

Del 27 de enero al 10 de febrero de 2019 (fecha sugerida)

El inicio de Les escenes es un cruce de varios arranques posibles, incluida la dificultad de arrancar. Pensando en cómo empezar, se hizo del inicio en sí mismo un escenario de partida. Este no es un principio único, sino múltiple. En el mejor de los casos, la expectativa de esta primera escena abrirá líneas dramatúrgicas que encontrarán continuidad a lo largo de las escenas siguientes. Aunque quizás no, quizás estos inicios se pierdan en breve y den paso a otros.

De entrada, el inicio surge de la biografía del lugar. Pese a que antes ya se habían organizado exposiciones de arte contemporáneo, fue en 1994 cuando La Capella inició su programación regular dedicada a las artes visuales. Gustavo Marrone (Buenos Aires, 1962) formó parte de la primera de sus exposiciones. No obstante, junto con el inicio histórico y objetivo, las obras de Marrone hacen entrar en escena una de las máximas subjetividades del trabajo en arte: el pensamiento cosmogónico, la potencia del imaginario propio. Tensando el arco temporal de la exposición, se presentan, por un lado, una selección de pinturas y dibujos de los años noventa, y por otro, una propuesta reciente en la que conviven revistas de época y una confesión magnificada: “la evidencia pudo con todas las especulaciones estéticas”. Como una premonición, esta obra parece advertirnos de que lo evidente, lo contingente, lo inmediato, el cuerpo y los afectos rivalizan con lo histórico y lo especulativo a la hora de explorar, exponer y relacionar prácticas artísticas. Carnalidad y textualidad conjugadas.

De entrada, un inicio se plantea como la necesidad de presentarse ante un público: el statement del artista como declaración de intenciones y carta de presentación; un momento previo, una expectativa, una capacidad de seducción incluso antes de mostrar el propio trabajo. Un elemento potenciador para quien sabe hacerlo; una condena para quien no encuentra la fórmula. Jingle (2011), de Laia Estruch (Barcelona, 1981), es una versión musical de esta declaración autoral que, además, se busca, se ensaya y se repite, sosteniendo un preliminar. Es cantarse a uno mismo como ejercicio paródico de resistencia a la propia identidad del autor.

De entrada, el arranque es el momento para sentar las bases del relato y, en nuestro caso, dar a entender cuál es la lógica que guiará esta exposición. Cómo se va a construir el relato, el ir y venir entre obras, su puesta en movimiento. Melodramas es un libro que Marc Vives (Barcelona, 1979) escribe en 1998, cuando todavía está cursando la carrera de Bellas Artes. Se trata de una novela que surge de un trabajo de composición de paisaje. Es, pues, una escritura que traduce una composición de lugar, un mapa, una cartografía-partitura. La escritura reproduce paseos y enredos (melodramáticos) entre varios puntos de ese paisaje inicial convertidos en personajes, situaciones, metáforas o decorados improbables. La escritura ensaya entrelazados difíciles de estabilizar haciendo permutaciones en el orden de estos elementos que producen una sensación de morphing narrativo constante. El texto confiesa a veces su principio operativo: “Esto sí. Esto no. Con esto podrás hacer tal… Ahora no tengo que… ¡claro que sí! No hay nada más. Lo que se toca es lo importante”. La relación entre escritura y escenario físico, así como su frenética coreografía y su rechazo de lo estable, cuenta algo de cómo se desarrolla lo que aquí empieza.

Melodramas es también ir a buscar el principio del complejo e intenso proyecto de dedicar una vida al arte. No solo siendo artista, sino desde múltiples identidades que incluyen ejercicios de (auto)borrado en diversos roles y colectivos. Les escenes ha querido prestar atención a modos de hacer o de nutrir un contexto que, aun siendo artísticos en su naturaleza, se sitúan más allá de la producción y la agencia de artista.

De entrada, la exposición es entendida no como un retrato fijo, sino como una sucesión de momentos de intensidad. Durante su performance del 5 de febrero, Marc O’Callaghan (Barcelona, 1988) se servirá de los arcanos del tarot para revisar y reformular, en forma de invocación ritual, una década de trabajo. En el robo que recientemente sufrió en el Coagularium –su estudio en Barcelona– desapareció gran parte del archivo musical de Coàgul, uno de los múltiples proyectos de O’Callaghan. A partir de esta circunstancia personal desafortunada, O’Callaghan se propone coagular en vivo una década entera de experimentación sonora, somática y performativa. Le servirá de guía una colección de campanas que adquieren un valor mágico en el universo intraducible de Coàgul.

De entrada, otro inicio serían los dibujos de Lucía Egaña Rojas (Münster, Chile, 1979), que son apuntes de lectura. Su serie Pajas mentales es un cuaderno de notas en que lo que se transcribe no es el contenido discursivo de un libro, sino la reacción físico-carnal que suscita. “Hay autoras que me ponen, hay textos que me excitan”, dice la artista en el texto que acompaña sus dibujos, insistiendo en la parte pulsional de toda investigación: “Se lee también con la mano, se lee con el coño”. Una declaración de intenciones a favor de una epistemología encarnada que resuena con Marrone al alejarse de lo puramente especulativo y subraya los cimientos libidinosos que sostienen también Las escenas. Egaña, además, es otra de esas artistas que, desde posiciones híbridas entre artista, activista y activadora de contextos y formatos, ha dado forma a Barcelona, o la ha deformado, en el mejor sentido de la palabra.

De entrada, otra manera de empezar apunta a la idea de obra y a su condición física dentro de una sala de exposiciones. En Fardo (2018), de Julia Spínola (Madrid, 1979), la materialidad y sus procesos invitan a entender el objeto artístico desde una autonomía propia. Una cierta autonomía donde lo inerte –en este caso, un enorme fardo de cartón– parece liberarse de lo que se espera de él para quedar reducido a pura esencia especulativa. Un proceso de borrado que también afecta a la materia. Es la desmemoria entendida como un ejercicio de equilibrios: la compresión que deriva de la acumulación.

El fardo sirve también como imagen de la cantidad de capas y la densidad de elementos que configuran la masa de veinticinco años de actividad. Induce a pensar que organizar una exposición de aniversario no puede consistir en contar una historia, sino en cortar a través de una historia, mostrando secciones posibles, escenarios posibles, contagios posibles entre estratos, incluso con elementos que nunca estuvieron aquí.

De entrada, un inicio, seis umbrales.

 

Equipo curatorial: David Armengol, Sonia Fernández Pan, Eloy Fernández Porta, Sabel Gavaldón y Anna Manubens.

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