Les escenes. 25 años después. Escena 2
Les escenes: 25 años después
Escena 2
12.02 — 10.03.2019
Inauguración: martes 12 de febrero, a las 19 h
David Bestué / Carles Congost / Lucía Egaña / Daniel Jacoby / Gustavo Marrone / PLOM / Alex Reynolds / Julia Spínola / Marc Vives
La primera escena de esta exposición no era una piñata de cumpleaños. Los huecos que la puntuaban y la gestualidad mínima de sus obras servían como resistencia y como contrapunto a la grandilocuencia de las exposiciones de cumpleaños, de contexto, de generaciones. Esta segunda escena cambia de tono y se abre al enredo lúdico con obras en que se contorsionan imaginarios literarios, cinematográficos y arquitectónicos.
Performance de PLOM: martes 26 de febrero, a las 19.30 h
ESCENA 2
La primera escena de esta exposición planteaba un reto, un problema: la dificultad de cartografiar el panorama del arte en esta ciudad. Como suele suceder con los inicios, la primera escena servía apenas para situar el marco de partida: la celebración de los 25 años de dedicación al arte emergente de La Capella. La primera escena hacía del “¿cómo empezar?” su eje central. Las seis obras que inauguraron el espacio apuntaban a seis modos de arrancar distintos y desplegaban un primer horizonte de expectativas.
De una segunda escena, en cambio, se espera otra cosa: sentar las bases de un relato, comenzar a trenzar una historia. Pero este es un proyecto que se despliega a partir de hilos y no de tramas. Esta exposición no sabe de relatos. Lo que se trenza aquí es otra cosa: un conjunto de complicidades entre objetos (obras de arte) y otros personajes que hasta junio transitarán por la escenografía de La Capella.
Si estuviste aquí antes, algunos de estos personajes te resultarán familiares. A la entrada de la exposición, sigue en escena el Fardo (2018), de Julia Spínola (Madrid, 1979), un bloque compuesto por una tonelada de cartón prensada: una amalgama de materia y tiempo que parece espesarse en torno a este objeto, como si estuviéramos frente a un corte en sección del manto terrestre, con sus distintos estratos geológicos, o frente a un tajo en nuestra propia piel, igualmente estratificada.
Los dibujos y pinturas de Gustavo Marrone (Buenos Aires, 1962) se dejan atravesar como portales a otros mundos y otros tiempos: por ejemplo, los años noventa en Barcelona, el momento fundacional de La Capella. Pero también son indicios que nos ponen sobre la pista de algo más. Sus obras marcaban así un inicio oficial, pero ensayaban también líneas de fuga hacia temáticas sensibles desde el presente: cuerpo, sexualidad, lenguaje y autorreferencialidad. Sus dos nuevas producciones –La evidencia y Nada tiene fin– inciden en el paso del tiempo. En primer lugar, a través de una frase altamente ambigua magnificada en mitad de la sala; en segundo lugar, mediante una instalación formada por 150 revistas del corazón que, más allá de todo lo acontecido durante estos 25 años, exhibe, sin ningún reparo, la felicidad insana e insustancial de la monarquía, la nobleza y el poder entre 1994 y 2019.
También los Melodramas (1998), de Marc Vives (Barcelona, 1979), nos ponen sobre la pista de algo. Este libro de artista es una de las pocas obras que atraviesa casi todas las escenas. Su protagonismo no es el de un personaje, sino más bien el de un elemento escenográfico, un objeto misterioso cuya función es levantar sospechas y arquear cejas a su paso. Se trata de un dispositivo para generar intriga: aquello que Hitchcock llamaría un “McGuffin”. Dentro del libro encontramos pistas que llevan a otras pistas, tejiendo una narración enmarañada que se resiste a tomar forma estable.
Esta maraña narrativa encuentra en Daniel Jacoby (Lima, 1985) una versión escultural. Sidney es el nombre de una serie de esculturas tratadas como un personaje de ficción. Para narrar las aventuras y desventuras de su personaje, Jacoby construye ensamblajes modulares con calcetines, prendas de algodón y otros artículos de mercería. El resultado son extrañas figuras de carácter vagamente antropomórfico que, en algunos casos, pasan por cuerpos desarticulados y, en otros, directamente por articulaciones sin cuerpo. Pero los objetos de Jacoby también se dejan leer como frases oblicuas, fragmentos de un lenguaje cuya sintaxis no conocemos pero que pide ser descifrada… por supuesto sin éxito.
Frente a las esculturas de Jacoby, los dibujos de Lucía Egaña Rojas (Münster, Chile, 1979) son otro modo de hacer que se contorsione el discurso. El enredo textil-textual se convierte aquí en un enredo carno-textual. Sus Pajas mentales son un cuaderno de notas en que se transcribe no ya el contenido discursivo de un libro, sino la reacción físico-carnal que suscita. En palabras de la artista: “Se lee también con la mano, se lee con el coño”. Los dibujos son como electrocardiogramas de la lectura. Son registros de lecturas situadas (para empezar, en el propio cuerpo), lecturas encarnadas, lecturas torcidas que se alejan de lo estrictamente verbal y ponen en entredicho la primacía de lo lingüístico. Para esta segunda escena, la artista ha agregado cinco dibujos inéditos a los cinco con los que arrancó la escena 1.
A caballo entre la ternura y el horror corporal, el retrato intimista y el cine de género, Alex Reynolds (Bilbao, 1978) presenta Como si fuera viento (2018). Se trata de una película que fue filmada entre amigas y de forma casi accidental –“jugando a las películas”, dicen los títulos de crédito– mientras la artista veraneaba en un camping de la costa gallega. Se filmó en el desorden veraniego y el montaje es un ejercicio minucioso y laborioso a posteriori, de ver cómo las imágenes y las voces pueden convocarse unas a otras y ordenarse entre sí. Algo parecido a la dramaturgia de esta exposición. Retorciendo códigos cinematográficos, Reynolds asume la mirada fascinada de un niño y lleva a sus últimas consecuencias el asombro ante dos de las pulsiones más básicas: la comida y el sexo. Al igual que el de Jacoby, el trabajo de Reynolds (en ambos casos, artistas cuyo periodo formativo transcurrió en Barcelona) se inscribe en un proceso de revisión crítica de las prácticas conceptuales. Parece difícil no leer su trabajo reciente como un desafío a ese paradigma marcado por la primacía de lo lingüístico.
Esa misma tensión en torno a lo lingüístico anima la producción de David Bestué (1980, Barcelona). Su trabajo negocia tensiones irresolubles entre cuerpo y discurso, verbo y materia, poesía y escultura, arquitectura y performance. En la exposición se recoge una muestra de la colección de carteles que Bestué produjo precisamente para La Capella tras la publicación de su libro Historia de la fuerza (2017). Esta serie presenta una guía oblicua a través de los grandes hitos de la ingeniería pública en España. Por otro lado, Un mystique determinado (2003), de Carles Congost (Olot, 1970), ofrece una parodia cáustica y mordaz de la figura romántica del genio. Partiendo de las canciones del grupo de electropop barcelonés Astrud, el vídeo de Congost hace suyos los códigos de una ópera rock para actualizar algunas de las preguntas clave de la filosofía estética en torno a cuestiones como el sentido de la “creación”, la función del arte o la percepción social del artista.
El 26 de febrero, PLOM –uno de los proyectos más indefinibles y extremos de Pau Magrané Figuera (Reus, 1984)– presentará la performance AREA 51 House Party. En sus palabras, se trata de “una masacre apropiacionista de los mejores 51 temazos de finales de 2018 en Máxima FM, cuyo equivalente visual sería una película HD 4K en un televisor de 50 pulgadas que una y otra vez explotara y se reconstruyera en gráficos 3D hechos a partir de pequeños fragmentos de vidrio y plástico”.